lunes, 31 de agosto de 2015

Guantes de Portero

La literatura del siglo próximo a terminar se caracterizó por la irrupción de la novela escrita por mujeres y por un interés de los escritores en manifestar los cambios sociales y culturales de la mujer a través de sus personajes femeninos. Aquí, Moreno-Durán inicia una serie donde rinde homenaje a las heroínas imprescindibles de la ficción del siglo XX: de Guantes de Portero Bloom a Hedda Gabler y de Lady Chatterley a Lolita.

El jueves 16 de junio de 1904 Molly Bloom no se levantó de la cama. A las ocho de la mañana su marido la despertó para servirle el desayuno y entregarle una carta cuya letra él reconoció como la de su amante. Casi dieciocho horas después, ella siente cómo Leopold Bloom, su cansado esposo, se tiende a su lado, le acaricia sus esbeltas postrimerías y entonces, en un lienzo de 25,000 palabras, esta Penélope de la modernidad nos informa acerca de sus orígenes, su vida familiar, sus sueños y compulsiones, sus gustos sexuales y su experiencia sentimental. Y también nos cuenta lo ocurrido entre ella y su amante, Blazes Boylan, con quien ha copulado ese mismo día en esa cama que ya forma parte de su identidad. En efecto, cuando Molly todavía se llamaba Marion Tweedy hizo trasladar la cama desde su Gibraltar natal hasta Dublín, con lo que incorpora a su matrimonio sus ensoñaciones eróticas de adolescente. Esa cama, además, cuenta con una plusvalía minuciosamente registrada por su propio marido al contabilizar uno a uno los veinticinco amantes con que la versátil esposa ha enriquecido la sociedad conyugal.

Como si fuera su trono, Molly Bloom baraja sobre esa cama andariega los hitos de su personal cronología. Si es verdad que lo accesorio sigue la suerte de lo principal, la cama de Molly la ha seguido desde su pubertad, con sus recuerdos y caprichos, con sus hábitos. Marion Tweedy, hija de la hermosa y enigmática española Lunita Laredo y del comandante inglés Brian Tweedy, nació en Gibraltar en 1870. La luna, bajo cuya inconstante aureola teje las 25,000 palabras de su discurso, es una persistente invocación a lo largo de esa memoria oral que es sólo un capítulo medular de su vida y ya está presente en el curioso nombre de su madre. El linaje lunar que Molly -apodo cariñoso de Marion, ``esa española que se huele a sí misma''- hereda y perpetúa, traza una estela femenina a lo largo del libro, bien sea a través del nombre materno, bien en las reflexiones sobre el día de los hechos, o bien en las gravitaciones fisiológicas que el satélite ejerce todos los meses sobre las mujeres. En la cama, pues, comienza, reina y termina la dinastía de Molly y, más paje que esposo, Leopold Bloom la sirve en un minucioso y voluntariamente envilecido pacto. Aunque no hay por qué sorprenderse de esta actitud, pues todo lo que hace referencia a este peculiar Ulises está signado por lo doméstico: alimentación, defecación, ensoñación sexual: todo está, igualmente, vinculado a la presencia lunar y femenina -sea Molly o la mujer en general- y preanuncia la eclosión final, también indisociable de ritos gástricos y flujos periódicos, acompañados de una bien surtida coprolalia así como de tórridas especulaciones sobre la vida. Lo confirman la delectación con que Bloom husmea en las intimidades de la pubescente Gerty MacDowell en la playa y las ceremonias anales con que honra los atributos posteriores de su bien dotada mujer. Y ella lo sabe.
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